Domingo. Adoraba ese día. Era imposible pasar hambre los domingos. Las tiendas cerraban, los humanos no trabajaban, y ¿en qué empleaban sus ratos libres? A menudo en hacer excursiones familiares. O bueno, eso era para ellos, pero para mi significaban verdaderos festines.
No es que me gustase regodearme de las personas a las que mataba. Al fin y al cabo son solo pobres humanos, de los cuales, su mayor error es cruzarse en mi camino. No me gustaba tener que matar, pero siendo necesario, disfrutaba haciéndolo.
Caminé hasta el bosque a paso tranquilo. Las calles estaban desiertas por el cierre de los comercios y locales, por lo que ocultarme de la vista de los humanos no era una tarea necesaria. Esa era otra de las ventajas que suponían los domingos. Mayor libertad. Pero al llegar al bosque la cosa cambió. En la estrada principal a este se podía comprobar. Numerosos vehículos de todo tipo estaban aparcados junto a los límites del bosque. Coches, furgonetas, alguna caravana...
¿Veis por qué adoro los domingos?
Me interné en el bosqué sin necesidad de ser discreta. El espesor de las ramas de los árboles evitaban que el sol impactase contra mi piel, por lo que no necesitaba cubrirla con ningun tipo de tela. No me fue dificil sortear ramas que se interponían en mi camino, ya que la agilidad propia de mi raza me ayudaba en esta tarea.
Escuché algunos gritos. Niños. Prefería evitarlos. Chillones, imprevisibles y... niños. No me gustaba arrebatarle la vida a alguien que apenas había vivido, y eran demasaido débiles como para salir adelante aunque solamente te alimentaras de ellos. Volví a escuchar ruido de nuevo, y no tardé en localizar de donde venían. Una pareja de mediana edad revisaban una brújula.
¿Perdidos? Yo les enseñaría el camino.