Carlisle podía haber enviado a Heidi. Quizás a Jane, una joven leal y decidida. Pero no. Se había decantado por mí. Estaba claro que quería información. Pero no una información cualquiera, si no una de esas informaciones que te dejan el paladar cargado de buen sabor. ¿Y quién mejor que yo para complacer a mi amo y señor?, nadie. Porque yo presentaba las cualidades suficientes como para detectar a mi presa, en este caso la de Carlisle, y sonsacar todos y cada uno de los datos de ésta.
Carlisle se fiaba de mí, al igual que en un pasado Aro había hecho lo mismo. Sabía perfectamente que aquellas misiones eran mis favoritas y, por lo tanto, en las que más empeño ponía.
El hombre, mi señor, estaba tremendamente obsesionado con una joven neófita que no dejaba de rondar por los bosques de Forks. Los Cullen habíamos removido cielo y tierra para poder deshacernos de aquella repugnante amenaza. Porque sí, aquella muchachita era repugnante y sí, ciertamente, era una amenaza. No había más. Y ahora que los Cullen tenían el poder, yo no podía hacer nada al respecto. Nada más que cumplir y acatar órdenes.
Debía encontrarla, localizarla. Debía jugar con ella, entenderla y buscar todos sus puntos débiles con el objetivo de desarmarla. Sí, y aquello se me daba ciertamente bien. Era Demetri, el mejor rastreador existente y, por lo tanto, un perfectísimo cazador. Por ello Carlisle me tenía entre sus tropas. Porque era rápido y letal.
Habían pasado dos días desde el inicio de mi misión y, finalmente, había conseguido evaluar a la muchacha. Sabía por dónde se movía, cómo se movía y también sabía el objetivo por el cuál se movía: Sangre.
En aquellos momentos, debido a que no necesitaba apresurarme, me dedicaba a caminar por las oscuras calles del pequeño pueblo. Las pocas personas que allí se encontraban, me observaban. Me admiraban. Y no, no pretendo ser ególatra –o quizás sí-, pero es que sabía perfectamente el sentimiento que lograba recaer en los humanos. Un sentimiento de deseo. Lo notaba.
Sin embargo, para mí, no era tan fácil disfrutar de aquel simple paseo. Todo el ambiente se encontraba inundado del olor a sangre humana. Aquel aroma que tan loco me volvía.
Era inevitable, pero a pesar de los años que habían pasado y a pesar de lo mucho que yo había cambiado, el deseo de sangre seguía latente. Lo siento, pero yo no podía pasar por un vampiro vegetariano. ¡Imposible!
Mis ojos iban tomando aquel tono rojizo que tanto los caracterizaba. Un tono más carmesí que de costumbre. Y no, no era por el olor a simple humano, esta vez un aroma mucho más atrayente: El olor a vampiro de mi víctima. Y yo, como un simple imbécil, me iba dirigiendo a él. No podía evitarlo, era mi naturaleza. Además de mi misión.
Me moví con velocidad, teniendo como objetivo aquel ser que tanto estaba deseando exterminar. ¿Qué pasaba por tener un poco de diversión?, nada en absoluto. O al menos eso pensaba.
No tardé demasiado en localizarla. Se trataba de una joven de apenas 15 años de edad humanos. Era neófita; no había nada más que verlo cuando la observabas, desesperada, devorando uno a uno de los cuerpos humanos que se encontraban en el suelo.
Sin más, dejé escapar una pequeña mueca. Estaba molesto por tener que soportar aquel intenso olor a sangre y no poder disfrutarlo. Lo primero de todo porque no podía entretenerme en la misión y, lo segundo, porque aquella presa no la había cazado yo. No tenía mérito pues.
Sin más, me dejé ver a la luz de las luces de los faroles. Brillante, resplandeciente, con aquella maldad que tanto me caracterizaba.
Una sonrisa se acomodó en mi rostro, y finalmente, las palabras comenzaron a salir por mi boca. Siempre amables. Como buen galán que era, ¿no?
De igual modo... aquellas serían las últimas palabras que ella escuchase.