Rutina agotadora [Libre]

Volvía de Port Angeles, después de haberme pasado un largo rato comrpando lo que le había prometido a Bella aunque ella no lo quisiera. Por suerte nadie había podido detenerme y ya me había salido con la mía por lo que no podría protestar.
Las dos bolsas descansaban en el asiento del colpiloto, la más grande era la del nuevo volumen de Cumbras Borrascosas y después otra la otra bastante más pequeña y sobre todo más delicada con una gargantilla que se vería hermosa en ella. Sabía que empezaría a quejarse al darse cuenta de que había salido algo bastante más cara de cincuenta dolares, ese había sido su precio limite.

Aparqué el coche del garage de la mansión, no me apetecía pasar por la cabaña ahora, seguro estaba vacía y a pesar de la presencia de los Volturis tenía ganas de estar con mi familia.
Me bajé del Volvo tomando las dos bolsas y me encaminé hasta la puerta que comunicaba el garage con el salón. Sabía que había gente dentro, podía escuchar las conversaciones en el piso de arriba y el efluvio de Rosalie era el más cercano.
Una vez adentro dejé las cosas sobre la mesa y me dirigí hasta donde estaba mi hermana.
- Hey Rose- saludé encaminandome hasta el sofá.- ¿Qué tal todo?- me senté a su lado y dejé que mi vista vagara al televisor sin prestarle atención a nada en especial ya que Rosalie cambiaba los canales sin detenerse.

Dejó de pasar los canales dejando un programa de cocina. Miré por unos momentos la pantalla del televisor observando las caserolas humenates y la comida que para cualquier humano sería apetitosa, pero a mi sin embargo me causaba más bien repulción.
Sonreí y asentí con la cabeza en cuanto mencionó las bolsas.
- Si, me ha costado una tarde entera tratando de convencerla y aún así no pude lograrlo.- dije con un suspiro, la necedad de Bella solía ser algo molesta de vez en cuanto.
Escuché con atención y mis ojos se llenaron de ilusión. Seguro que Rose sería capáz de calmar el ataque que a Bella le daría cuando viera la gargantilla.
- Hay por favor, apiadate de tu hermano y ayudame con eso ¿si?- le pregunté divertido oyendo su risa.
- Prometo que te ayudaré también con lo que me pidas- ofrecí sonriendo con picardía.
Me repantigué mejor en el sofá, aunque no me snetí más cómodo, me daba lo mismo estar parado o sentado, me generaba la misma sensación.